Sin la intervención decidida de Adolf, mi carácter poco aventurero no me habría permitido cambiar de profesión e irme a vivir a Viena.
Pero desde luego mi amigo pensaba principalmente en sí mismo. Le horrorizaba ir solo, porque aquel tercer viaje a Viena resultaba una propuesta bastante distinta de las anteriores. Entonces aún tenía a su madre, y aunque nunca estaba en casa, aún tenía un hogar. Entonces Noe estaba dando un paso hacia lo desconocido, ya que el saber que su madre esperaba recibirlo con los brazos abiertos en cualquier momento y circunstancias ofrecía un fundamento fiable y firme a su vida insegura. Su hogar era un centro tranquilo alrededor del cual giraba su existencia tormentosa. Pero todo aquello lo había perdido.
Durante los meses que había pasado allí el otoño anterior no había logrado hacer ningún amigo, y puede que no lo deseara. En Viena vivían parientes de su madre con los que había tenido cierto contacto en el pasado y, a no ser que me equivoco, incluso se había alojado con ellos durante la primera visita.
Habría preferido morir de hambre y miseria antes de que pudiera parecer que necesitaba ayuda. (“Prefería sufrir hambre y miseria a presentarse ante sus parientes en demanda de auxilio”, traducción de 1955)
Tras el día de Año Nuevo de 1908, me fui con Adolf a visitar la tumba de sus padres. La nieve cubría todos los monumentos conocidos. Adolf se sabía cada centímetro de nuestra ruta, ya que durante años era el camino que seguía para ir a la escuela.
Estaba muy sereno, un cambio que me sorprendió ya que sabía que la muerte de su madre le había afectado profundamente, y que incluso le había producido un sufrimiento físico tal que por poco se desmaya de agotamiento.
Los gastos del funeral se pagaron con la herencia de su madre.
Tenía un aspecto duro y severo, y no había lágrimas en sus ojos. Sus pensamientos estaban con su amada madre. Yo permanecía a su lado rezando.
Me dijo que esperaba algunas discusiones acaloradas con su tutor. Desde luego el tutor quería lo mejor para Adolf, ¿pero para qué le servía que lo “mejor” no fuera más que aprender de un maestro panadero en Leonding?
El viejo Josef Mayrhofer, tutor de Hitler, falleció en 1956 en Leonding. Naturalmente, a menudo le preguntaban sobre sus experiencias con el joven Hitler, y lo que pensaba de él. A su manera sencilla e imparcial, respondía a todos los que le preguntaban -primero a los enemigos, luego a los amigos, y luego otra vez a los enemigos de su pupilo-, y las respuestas siempre eran idénticas, sin importarle las opiniones de quien le preguntara.
Explicaba que un día de enero de 1908, un Hitler-Adi crecido, con pelusa en el labio superior y voz profunda, casi un hombre adulto, fue a verlo para hablar del tema de su herencia. Pero su primera frase fue: “Voy a volver a Viena”.
Todos los intentos de disuadirlo fracasaron: decía que era un tipo tozudo, como su padre, el viejo Hitler.
Josef Mayrhofer guardó los documentos relativos a aquellas discusiones. La solicitud de la pensión de orfandad para su hermana y para él mismo que Adolf redactó a petición de su tutor dice lo siguiente:
A la Respetada Administración Económica Imperial y Real. Los abajo firmantes solicitan respetuosamente por la presente la gentil asignación de la pensión de orfandad que les corresponde. Tras la muerte de su madre, viuda de un oficial de aduanas imperial y real, el 21 de diciembre de 1907, ambos solicitantes no cuentan con ninguno de los dos progenitores, son menores e incapaces de ganarse la vida por si mismos. El tutor de ambos solicitantes -Adolf Hitler, n acido el 20 de abril de 1889 en Braunau am Inn, y Paula Hitler, nacida el 21 de enero de 1898 en Fischlham bei Lambach, Alta Austris -es Herr Josef Mayrhofer de Leonding, cerca de Linz. Ambos solicitantes están domiciliados en Linz.
Reiteran su petición, respetuosamente
Adolf Hitler Paula Hitler
Urfahr, 10 de febrero de 1908
Por cierto: Adolf obviamente firmó la solicitud por su hermana Paula, ya que el apellido “Hitler” en ambas firmas muestra la misma tendencia inclinada hacia abajo tan característica de su firma en años posteriores. Además, se equivocó en la fecha de nacimiento de su hermana, que nació en 1896.
Según la legislación vigente en aquella época en relación a los funcionarios del estado, los huérfanos menores de veinticuatro años que no contaran con sus propios medios de subsistencia tenían derecho a reclamar una pensión de orfandad equivalente a la mitad de la pensión de viudedad que recibía su madre. Frau Hitler había recibido una pensión mensual de 100 coronas desde el fallecimiento de su marido: por lo tanto, Adolf y Paula tenían derecho a un total de 50 coronas mensuales entre los dos. Claro que con eso Adolf no tenía suficiente para vivir: por ejemplo, tenía que pagar 10 coronas mensuales a Frau Zakreys por su habitación.
Le concedieron la solicitud, y el primer pago se hizo el 12 de febrero de 1908, cuando Adolf ya estaba en Viena. Y por cierto, tres años más tarde renunció a su parte a favor de Paula, aunque podría haber continuado reclamándola hasta cumplir los veinticuatro años en abril de 1913. Su tutor también conservó el documento de renuncia en Leonding.
El documento relativo a la herencia que Adolf firmó en presencia de su tutor antes de marcharse a Viena también mencionaba su parte de la herencia de su padre, que equivalía a unas 700 coronas. Es posible que ya hubiera gastado parte de ese dinero durante su estancia previa en Viena, pero como llevaba una vida muy espartana -lo único en lo que gastaba un gran porcentaje del presupuesto eran los libros-, le quedó suficiente para arreglárselas al menos hasta el comienzo de su nueva estancia allí. En cuanto a nuestro futuro juntos, Adolf era más afortunado que yo, no solo porque tuviera algo de dinero e ingresos mensuales fijos, por escasos que fueran -un asunto que yo aún había de concretar con mis padres-, sino también porque, al haberse impuesto a su tutor, era libre de tomar sus propias decisiones, mientras que mis decisiones estaban sujetas a la conformidad de mis padres.
Si en ocasiones teníamos disputas tan feroces que yo llegaba a creer que nuestra relación había terminado, reanudábamos entusiastas nuestra amistad tras un concierto o representación en el que yo había participado.
Juro que nadie en el mundo, ni siquiera mi madre que me quería muchísimo y me conocía muy bien, era tan capaz de sacar mis aspiraciones secretas a la luz y hacerlas realidad como mi amigo, aunque nunca hubiera recibido una formación musical académica.
Le ayudé a cargar con su equipaje hasta la estación, cuatro maletas en total si no me equivoco, todas ellas muy pesadas. Le pregunté qué contenían, y respondió “todas mis posesiones”. Eran casi todo libros.
Mi amigo se subió al tren, e, incorporándose en la ventanilla, me estrechó la mano. Cuando el tren empezó a moverse, me gritó:
- ¡Sígueme pronto, Gustl!
Llegó una postal de Adolf fechada el 18 de febrero de 1907 (Nota: en la traducción de 1955 indica que fue en 1908) que mostraba una vista de la colección de armaduras del Museo de Historia del Arte de Viena. “Querido Amigo”, empezaba, y su forma de dirigirse a mí demostraba lo mucho que se había estrechado nuestra relación desde la muerte de su madre,
“Querido amigo, espero ansioso noticias de tu llegada. Escríbeme pronto para que pueda prepararlo todo para tu alegre recibimiento. Toda Viena te espera, así que ven pronto. Yo iré por supuesto a buscarte”. Y en la parte de atrás de la postal escribió: “Ahora el tiempo aquí está mejor. Espero que tú también disfrutes de un tiempo mejor. Bueno, como te he dicho otras veces, primero te quedarás conmigo. Luego ya veremos. Aquí se puede conseguir un piano en el llamado Dorotheum por solo un precio de entre 50 y 60 florines. Bueno, muchos recuerdos para tus queridos padres y para ti, de tu amigo, Adolf Hitler”. Y luego una postdata: “Te lo pido otra vez, ven pronto”.
Adolf había dirigido la postal como de costumbre a “Gustav” Kubizek. Unas veces escribía “Gustav”, y otras “Gustaph”. Le desagradaba totalmente mi nombre, August, y siempre me llamaba “Gustl”, que se acercaba más a Gustav que August. Creo que habría preferido que me cambiara formalmente el nombre de pila. Incluso se dirigía a mí con el nombre de Gustav cuando me escribía el día de mi santo, la festividad de San Agustín del 28 de agosto. Bajo mi nombre aparece la abreviatura “Stud”, y recuerdo que le gustaba llamarme “Stud.Mus”.
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