Kubizek: Recuerdos del padre - Retrato de su padre



“Adolf hablaba con gran respeto de su padre. Por enérgicamente que se opusiera a su decisión de hacerse funcionario, jamás oí de sus labios una palabra inconveniente para con su padre. El respeto y adoración que le demostraba Adolf iba en aumento con los años. No se tomaba a mal que el padre hubiera decidido, por sí solo y de manera autoritaria, la futura existencia y carrera de su hijo, determinando de él un funcionario; pues el padre tenía derecho, incluso el deber para obrar así. Muy distinto era que Raubal, el esposo de su hermanastra, este hombre inculto que no era más que un pequeño funcionario de oficina de recaudación de impuestos, se atribuyera también este derecho. Adolf se negaba a reconocerle el derecho a cualquier intromisión en sus asuntos personales. La autoridad del padre, lo mismo que en vida, seguía siendo aun después de su muerte el contrapeso de que Adolf se valía para desarrollar su propia fuerza. En continua controversia con este contrapeso se había ido haciendo mayor. La actitud del padre le había inducido a una rebeldía, primero pasiva y luego abierta. Habían tenido lugar violentas escenas, las cuales, según me contara Adolf, acababan a menudo con que el padre le pegaba. Sin embargo, Adolf oponía su juvenil obstinación a esta violencia. De esta manera, la oposición entre padre e hijo se había hecho cada vez mayor. Esta relación entre padre e hijo, peculiar y contradictoria, compuestas en partes iguales de adoración y rebeldía, afecto y resistencia, inseparable unión y tenaz deseo de liberación, siguió formando, aun después de la muerte de aquél, la orientación fundamental en la vida de Adolf.” (Traducción de 1955)


“Adolf hablaba de su padre con mucho respeto. Nunca le oí decir nada en su contra, a pesar de sus diferencias de opinión respecto a su carrera. De hecho, a medida que pasaba el tiempo lo respetaba cada vez más. Adolf no se tomaba a mal que su padre hubiera decidido por si solo la futura profesión de su hijo, porque consideraba que tenía derecho a hacerlo, incluso que era su deber. Resultaba bastante distinto cuando Raubal, el marido de su hermanastra, aquel tipo sin estudios que no era más que un empleaducho de Hacienda, se arrogaba ese derecho. Pero la autoridad de su padre seguía siendo, aun después de su muerte, la fuerza de la lucha con la que Adolf desarrolló sus propios poderes. La actitud de su padre lo había empujado en primer lugar a una rebelión secreta, y luego abierta. Se produjeron escenas violentas que solían terminar con el padre dándole una buena paliza, tal y como me explicó el propio Adolf. Pero Adolf combinó esa violencia con su propia obstinación juvenil, y el antagonismo entre padre e hijo se incrementó más todavía.” (Tempus)


A continuación, Kubizek extrae un texto de Mi Lucha en el que Hitler escribió sobre su padre. El texto aparece en el capítulo 1 del libro de Hitler y es el siguiente: 


El destino de un funcionario de aduanas austriaco se limitaba entonces a «migrar» muy a menudo. Así, al poco tiempo se trasladó mi padre a Linz para finalmente jubilarse allí. Desde luego, esto no debió significar un descanso para el viejo anciano. Mi padre, hijo de un simple y pobre campesino, no había podido resignarse en su juventud a permanecer en casa de sus padres. Sin tener aún los trece años cumplidos, cogió aquel joven sus enseres y escapó de su tierra, Waldviertel. A pesar de los consejos de sus «experimentados» paisanos, se encaminó hacia Viena para aprender un oficio. Ocurría esto en los años 50 del pasado siglo. Una amarga decisión la de echarse a la calle de manera incierta con sólo tres florines. A pesar de que el chico, con diecisiete años, aprobó su examen de oficial de taller, no obtuvo así la felicidad. Más bien lo contrario. La larga duración de aquellas miserias, así como las eternas necesidades y lástimas, fortalecieron la idea de dejar el oficio para llegar a ser «algo más». Si de niño, en la aldea, la figura del párroco le parecía la encarnación de todo lo más elevado alcanzable por el hombre, ahora en la gran ciudad se había hecho más fuerte la majestuosidad del funcionario estatal. Con toda la tenacidad propia de un chiquillo hecho mayor por la necesidad y las calamidades de la vida, el muchacho de diecisiete años se aferró a su nueva resolución hasta conseguirla: llegar a ser funcionario. Creo que poco después de cumplir los veintitrés años consiguió su propósito. De esta manera, parecía cumplida la condición de una promesa que el pobre niño había hecho antaño: no volver a su pueblo natal hasta haber conseguido llegar a ser alguien.


Ahora el objetivo estaba cumplido, sólo que ninguno de los antiguos muchachos del pueblo se acordaba de él, y hasta para él mismo su pueblo le resultaba algo desconocido.


Finalmente, a la edad de cincuenta y seis años se jubiló, y debido a que no hubiera aguantado ese retiro pasando todos los días sin hacer nada, adquirió una finca cerca de la villa de Lambach, en la Alta Austria, y se encargó de administrarla, retornando así, después de una larga y trabajosa vida, a la actividad originaria de sus antepasados.” (Mi Lucha)


En la primera traducción del libro de Kubizek la traducción quedó así:


"Como hijo de un pobre e insignificante jornalero, no había podido resistir la vida en el hogar. No contaba todavía trece años cuando el muchacho recogió su morral y se alejo de su patria, del bosque en que había nacido. En contra de los consejos de los «experimentados» habitantes del lugar, habíase encaminado hacia Viena, para aprender allí un oficio. Esto ocurría en los años cincuenta del pasado siglo. Una amarga decisión, ponerse así en camino con tres guineas para todo sustento hacia lo desconocido. Pero cuando este muchacho de trece años hubo cumplido los diecisiete, había terminado ya su examen de oficial, sin que ello le reportan, empero, la satisfacción para consigo mismo. Estos largos años de miseria, de continua pobreza y dolor afirmaron en él la decisión de abandonar también este oficio, para llegar a ser algo «más alto». Si en otros tiempos el señor párroco de la aldea se aparecía como el símbolo de todas las dignidades posibles de alcanzar al hombre a los ojos de este triste muchacho campesino, su círculo de conocimientos, enormemente ampliado en la gran ciudad, le hace creer ahora lo mismo de la dignidad de un funcionario del Estado. Con toda la tenacidad de un adulto hecho «maduro» ya en plena juventud por la miseria y el dolor, el muchacho de diecisiete años se aferró con todas sus fuerzas a esta nueva decisión, y llegó a ser funcionario del Estado. Después de casi veintitrés años, según creo, había alcanzado su propósito. Y entonces creyó llegado también el instante de ver cumplida su promesa, hecha a sí mismo muchos años antes, a saber: «No regresar a la querida aldea paterna hasta haberse convertido en algo».(Adolfo Hitler, Mi amigo de juventud, Editorial AHR, 1955)


Finalmente, la editorial Tempus lo ha traducido así: 


Como hijo de un pobre y pequeño comerciante nunca había pensado en seguir los pasos de su padre. Aún tenía solamente trece años cuando se marchó de Waldviertel e, ignorando el consejo de los lugareños «de mucho mundo», se dirigió a Viena para aprender un oficio. Eso fue en la década de 1850. Debió de ser una decisión desesperada partir en busca de lo desconocido con sólo tres guiden para mantenerse. Para cuando cumplió los diecisiete años había terminado su aprendizaje pero ello no le producía ninguna satisfacción, más bien al contrario. El largo periodo de pobreza y miseria interminable que había vivido le hizo decidirse a buscar algo más «elevado». Antiguamente el cura del pueblo les parecía a los pobres la encarnación del mayor logro posible, pero en la capital ese puesto lo ocupaba el funcionario. Con la tenacidad de un muchacho «que se había hecho mayor de golpe» al final de la infancia, el joven de diecisiete años se sumergió en su nueva tarea, y se hizo funcionario. Creo que tardó veintitrés años en reunir las condiciones que había establecido para volver: había jurado que no volvería al pueblo hasta que «hiciera algo con su vida». Lo jubilaron por decreto el 25 de junio de 1895 a los cincuenta y ocho años, tras casi cuarenta años de servicio ininterrumpido.” (Tempus)


“La descripción del padre hecha en el libro Mi Lucha debe ser completada a la vista de documentos auténticos, para aparecer correcta e íntegra. No hay que olvidar que Adolf Hitler, según reza el subtítulo del primer tomo de su obra Mi Lucha, concibió esta obra como un ‘ajuste de cuentas’, naturalmente, desde un punto de vista político. Sus descripciones biográficas no tienen más objeto que ofrecer el marco adecuado para ello. Sin embargo, su intención no era, ni de mucho, escribir una autobiografía. No hablaba de sí mismo más de lo que estimaba conveniente y útil en relación con la finalidad política del libro. “ (Traducción de 1955)


Mi Lucha era una obra política y no una autobiografía, y en ella Adolf Hitler explicó tanto de sí mismo como le pareció apropiado para cumplir con los objetivos políticos del libro.” (Tempus)


El lógico, por consiguiente, que silenciara el hecho de que él no provenía del primero, sino del tercer matrimonio de su padre; que su madre era una sobrina en segundo grado de su padre, es decir, que procedía de una boda entre parientes, así como que él no era el primero, sino el cuarto hijo de sus padres, y que de cinco hermanos cuatro habían muerto todavía en la niñez. La imagen del padre está representada también de manera incompleta. Un hecho indiscutible es pasado por alto: su padre, Alois Hitler, era un hijo natural. “ (Traducción de 1955)


Por lo tanto es comprensible que quisiera disimular el hecho de que era el hijo del tercer matrimonio de su padre, de que su padre era ilegítimo, de que su madre era una sobrina que en una ocasión habían apartado de su padre, de que era progenie de la endogamia, de que no era el primero sino el cuarto hijo de sus padres, y de que era uno de los dos supervivientes de seis hermanos.” (Tempus)


Como se puede observar, hay diferencias graves en las traducciones. Mientras que en la primera traducción el padre de Hitler “era un hijo natural”, en la edición de Tempus “su padre era ilegítimo”. 


“La certeza del origen natural del padre se tiene por la inscripción en el registro eclesiástico de la comunidad de Strones. Según éste, la doncella Anna Maria Schlickgruber, de cuarenta y dos años, dio a luz un hijo el 7 de julio de 1837, que en el bautizo recibió el nombre de ‘Alois’. El padrino fue el patrón de la muchacha, el campesino Johann Trummelschlager, de Strones. Según se sabe, este hijo fue el primero y también el último. La doncella no hizo ninguna indicación al párroco acerca del padre de su hijo. “ (Traducción de 1955)


“El nacimiento ilegítimo de Alois Hitler queda demostrado de manera concluyente en el registro eclesiástico de la parroquia de Strones, según la cual la criada de 42 años Anna Maria Schcklgruber dio a luz a un niño el 7 de julio de 1937 bautizado como Alois. El padrino fue su señor, el campesino Johann Trummelschlager, en Strones. Por lo que sabemos, fue su primer y único hijo. La madre no reveló la identidad del padre. “ (Tempus)


“En el año 1842, cuando el hijo natural contaba ya cinco años de edad, Anna Maria Schlickgruber se casó con el mozo molinero Johann Georg Hiedler, de cincuenta años. En las proclamas matrimoniales en la parroquia de Dollersheim se añadió la siguiente nota:


‘Que él, Georg Johann Hiedler, inscrito como padre, conocido de los testigos abajo firmantes, ha reconocido ser el padre del niño Alois de la madre Anna Maria Schlickbruger, y ha solicitado la inscripción de su nombre en el libro de bautismos de esta parroquia, lo cual es confirmado por los testigos’. (Traducción de 1955)


“Anna Maria Schicklgruber se casó con el molinero Johann Georg Hiedler en 1842 cuando el hijo ilegítimo ya tenía cinco años. El registro de la iglesia de Döllersheim contiene la siguiente entrada:


‘Los bajos firmantes vienen a confirmar que Georg Johann Hiedler (sic), al que los testigos abajo firmantes conocen bien, ha reconocido la paternidad del niño Alois de Anna Maria Schicklgruber, y solicita que se anote su nombre en el registro bautismal’. (Tempus)



Origen del apellido Hitler


“Con ello queda aclarada suficientemente la pregunta relativa a la paternidad, tanto desde el punto de vista eclesiástico como legal. No hay más que decir a este respecto. Naturalmente, no es posible alcanzar una certeza absoluta, de forma que son posibles, también otras combinaciones acerca del abuelo de Adolf Hitler por parte de padre. La literatura sensacionalista ha hecho abundante empleo de esta circunstancia. Y, sin embargo, ¿quién se preocupó, en aquel entonces, del hijo natural de una pobre moza de establo en la retirada aldea de un distrito en medio del bosque?”. (Este párrafo no aparece en la edición de Tempus)


“Dado que el muchacho, aun después de casada su madre por la iglesia, no fue adoptado oficialmente, siguió llamándose en adelante Schlickbruber. Durante toda su vida hubiera conservado este nombre si Johann Nepomuk Hiedler, el hermano de Johann Georg, quise años más joven que éste, no hubiera hecho testamento y decidido legar una modesta suma al hijo natural de su hermano. Para ello, sin embargo, puso como condición que Alois tomara el nombre de Hiedler. Y, en efecto, el 4 de junio de 1876 el nombre de Alois Schlickgruber fue cambiado por el de Alois Hiedler en el libro registro de la parroquia de Döllersheim. El 6 de enero de 1877 este cambio de nombre fue confirmado por el juzgado del distrito de Mistelbach. Desde aquel momento, Alois Schileckgruber se llamó Alois Hitler, nombre que en sí no era mucho más significativo que el otro, pero que le aseguraba una parte de la herencia. 


Más tarde, cuando en cierta ocasión la conversación pasó a referirse a sus familiares en el distrito forestal, Adolf me refirió el cambio de nombre llevado a cabo por su padre. Ninguna otra medida de su “viejo señor” le satisfacía tanto como esta; pues “Schlickgruber” le parecía rudo, demasiado campesino y, además, demasiado engorroso, poco práctico. “Hiedler” le parecía demasiado aburrido, demasiado blando. Pero ‘Hitler’ se escuchaba con gusto y era fácil de recordar. “ (Traducción de 1955)


Traslados de domicilio


“Resulta típico de su padre que en vez de aceptar la versión Hiedler», como hacían el resto de sus parientes, inventara la nueva ortografía «Hitler». Cuadra con su manía de cambiar sin parar. Sus superiores no tenían nada que ver con ello, ya que en sus cuarenta años de servicio sólo lo trasladaron cuatro veces. Las poblaciones a los que lo destinaron, Saalfelden, Braunau, Passau y Linz, estaban situadas tan favorablemente que conformaban el entorno ideal para la carrera de un funcionario de aduanas. Pero apenas se había instalado en uno de esos lugares ya empezaba a cambiarse de casa. Durante el tiempo que trabajo en Braunau se registraron doce cambios de domicilio; probablemente hubo más. Durante los dos años que vivió en Passau se cambió de casa dos veces. Poco después de retirarse se mudó de Linz a Hafeld, de ahí a Lambach —primero a la posada Leingarner, luego al molino de la forja Scweigbach, es decir dos cambios en un año, y luego a Leonding. Cuando conocí a Adolf recordaba siete traslados y había asistido a cinco escuelas distintas. No sería cierto afirmar que aquellos cambios constantes se debieron a malas condiciones de vivienda. Seguro que la posada Pommer -a Alois Hitler le gustaba mucho vivir en posadas donde nació Adolf era uno de los mejores más presentables edificios de todo Braunau. No obstante padre se marchó de allí poco después del nacimiento de Adolf De hecho, solía mudarse de una casa decente a otra más pobre. Lo importante no era la casa, sino la mudanza. ¿Cómo explicar esta extraña manía?


Puede que sencillamente Alois Hitler no soportara permanecer en un único lugar, y como su trabajo lo obligaba a una cierta estabilidad, al menos quería que hubiera cierto cambio en su propia esfera. En cuanto se había acostumbrado a un cierto entorno, se cansaba de él. Vivir significaba cambiar las condiciones individuales, un rasgo que también experimenté con Adolf.


Alois cambió de familia en tres ocasiones. Puede que sea cierto que se debió a circunstancias externas. Pero, si fue así, seguramente el destino se comporto de un modo extraño con él. Sabemos que su primera esposa, Anna, sufrió mucho con su carácter inquieto, lo que acabó provocando que se separaran e influyó parcialmente en su inesperado fallecimiento, ya que mientras su primera esposa aún vivía, Alois Hitler ya tenía un hijo con la mujer que se convirtió en su segunda esposa. Y de nuevo, cuando su segunda esposa cayó gravemente enferma y falleció, Klara, la tercera esposa, ya estaba embarazada. Transcurrió el tiempo justo para que el hijo naciera dentro del matrimonio. Alois Hitler no fue un marido fácil. Aparte de deducirse de las insinuaciones ocasionales de Frau Hitler, esta conclusión aún resulta más evidente en su rostro agotado y consumido. Puede que su ausencia de armonía interior se debiera en parte al hecho de que Alois Hitler nunca se casó con una mujer de su edad. Anna era catorce años mayor, y Franziska y Klara eran veinticuatro y veintitrés años menores, respectivamente.


Este extraño e inusual hábito del padre, el cambiar continuamente de circunstancias, destaca más todavía al tratarse de una época tranquila y cómoda en la que no existía ninguna justificación para tal cambio. Veo en el carácter del padre una explicación del extraño comportamiento del hijo, cuya agitación constante me desconcertó durante mucho tiempo. Cuando Adolf y yo paseábamos por las calles familiares del casco antiguo -donde dominaban la paz, la tranquilidad y la armonía-, a veces mi amigo se dejaba llevar por un cierto estado de ánimo v empezaba a cambiar todo lo que veía. Aquella casa de allí estaba en una posición equivocada; habría que derruirla. Ahí quedaba una parcela vacía en la que se podría construir. Había que corregir aquella calle para dar una impresión más compacta... ¡Abajo con ese horrible edificio de apartamentos completamente fallido! Tengamos vistas gratis al castillo. Así que siempre estaba reconstruyendo la ciudad. Pero no se trataba solamente de construir. Un mendigo que estuviera de pie delante de la iglesia supondría una ocasión para que pontificara sobre la necesidad de un plan estatal para los ancianos, que acabara con la mendicidad.


Una campesina que se acercara con un carrito de leche (Nota:  “perro San Bernardo en traducción de 1955) tirado por un perro miserable supondría una ocasión para criticar a la sociedad protectora de animales por su falta de iniciativa.. Dos jóvenes tenientes que fueran paseando por las calles, haciendo ruido orgullosos con sus sables, constituirían un motivo suficiente para que arremetiera contra las deficiencias de un servicio militar que permitía semejante ociosidad. Su inclinación a estar insatisfecho con las cosas tal y como eran, de cambiarlas y mejorarlas siempre, era un rasgo imposible de erradicar en él.


Y no se trataba en modo alguno de una peculiaridad que hubiera asumido por influencias externas, por su educación en casa o en la escuela, sino un rasgo innato que también resultaba evidente en el carácter inquieto de su padre. Era una fuerza sobrehumana, comparable con un motor que impulsara un millar de ruedas. 


“Cuando el muchacho de catorce años vio a su padre muerto estalló en un llanto incontrolable, lo que demuestra que los sentimientos de Adolf por su padre eran mucho más profundos de lo que suele creerse”. (Tempus)

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