Kubizek: Liquidación con la escuela - Los años escolares de Adolf


Tempus omite gran parte del comienzo de este capítulo. Esta es la parte omitida:


Cuando yo conocí a Adolf Hitler había puesto ya punto final a sus relaciones con la escuela. Es cierto que en aquel entonces asistía todavía a la escuela real de Steyr, desde donde viajaba a menudo a su casa, casi Todos los domingos. Solamente por amor a su madre había consentido en este, según sus palabras, «último intento». Sus calificaciones en la tercera clase de la escuela real en Linz habían sido tan deficientes, que se le había insinuado a la madre el hacer proseguir sus estudios a Adolf en otra escuela. Mejor dicho; se le permitió aprobar el curso al muchacho con la expresa condición de que abandonaría la escuela de Linz. De esta manera solía trasladar la escuela de la capital a los alumnos que le parecían poco apropiados, a localidades de inferior categoría. Adolf se indignó por estos métodos hipócritas, y desde un principio consideró como fracasados sus intentos en la clase cuarta de la escuela real en Steyr. En este tiempo había tenido ocasión bastante para conocer la organización interna de la escuela, llegando a la conclusión de que, para lo que él se había propuesto en la vida, no necesitaba ya de más estudios. Los conocimientos que le faltaban prefería adquirirlos por su propio esfuerzo. Hacía tiempo que el arte había entrado en su vida, y se dedicó a él con juvenil pasión, convencido de que estaba predestinado a ser artista. Comparada con el arte, la escuela, con su odioso sistema de enseñanza, se hundía en una gris monotonía. Adolf quiso liberarse, por ultimo, de toda obligación y seguir por sí mismo su propio camino en la vida. Despreciaba a los jóvenes que no sabían trazarse sus propios caminos en la vida. En la misma proporción en que se liberaba a sí mismo de la odiada escuela, iba adquiriendo más valor e importancia nuestra amistad ante sus ojos. Lo que antes no pudieron darle la intrascendente camaradería de sus compañeros de clase, lo esperaba ahora de su amigo.


Los datos exteriores de su estancia en la escuela, que en aquel entonces me eran tan sólo conocidos superficialmente, son fáciles de averiguar:


2 de mayo de 1895. Ingreso en la escuela municipal de Fischlham, cerca de Lambach. Asiste a la sección inferior de esta escuela, a la que acude desde Hafeld.


1896-1897. Escuela municipal de Lambach, segunda clase. Tercera clase de la misma escuela. Escuela municipal en Leonding, cuarta clase. Quinta clase en la misma escuela. 


Primera clase de la escuela del Estado en Linz, Steingasse.


Repite la primera clase.


Segunda clase en la escuela real de Linz. 


Tercera clase en la escuela real de Linz.


Cuarta clase en la escuela real de Steyr. 


Otoño de 1906. Examen de reválida en esta escuela. 


Existe también material suficiente acerca de los éxitos o fracasos de su estancia en la escuela. 


Algunos libros de calificaciones pueden reconstruirse a partir de los cuadernos escolares.


En la escuela municipal fue Hitler siempre uno de los mejores alumnos. Aprendía con facilidad y hacia excelentes progresos sin necesidad de esforzarse demasiado.” (Traducción de 1955)


El profesor Karl Mittermaier le puso sobresalientes en todo. Mittermaier aún vivía en 1938 y, cuando le preguntaron sobre los recuerdos de su antiguo alumno, dijo que recordaba que al muchachito pálido y débil lo llevaba al colegio cada día desde Hafeld su hermana  Angela, de doce años; el pequeño Adolf hacía lo que le decían y mantenía sus cosas ordenadas, por lo demás no tenía nada que añadir. En 1939, cuando Hitler volvió a visitar la escuela de una sola aula en calidad de canciller del Reich, se sentó en el mismo escritorio en el que había aprendido a leer y escribir. Claro que tuvo que cambiarlo todo, así que compró la antigua escuela bien conservada y ordenó que se construyera un edifico nuevo en su lugar. “ (Tempus)


En la traducción de Tempus, parece darse a entender que Hitler destruyó la antigua escuela. Sin embargo, la traducción de 1955 nos revela la verdad:


En el año 1939, Adolf Hitler, ya canciller del Reich, visitó la escuela de Fischlhamer y se sentó de nuevo en el banco en el que había aprendido a leer y escribir. Como de costumbre aprovechó la visita para modificar todo lo existente: compró por su cuenta la vieja casa donde estaba instalada la escuela, conservada todavía y ordenó la construcción de una nueva y bella escuela. La maestra que había substituido al viejo director Mittelmaier fue invitada con sus alumnos al Obersalzberg. “ (Traducción de 1955)


“En clase rara vez llamaba la atención de nadie. A diferencia de la escuela primaria no tenía amigos, y no quería ninguno. De vez en cuando uno de los esnobs de la clase le hacía saber que ‘los chicos que subían desde la ciudad’ no eran realmente adecuados para la Realschule. Esa clase de comentarios le hacían aislarse aún más de los demás estudiantes. Hay que señalar que ningún compañero de aquel periodo afirmó haber establecido ningún tipo de intimidad o amistad con él, ni siquiera mucho tiempo después.” (Tempus)


“El propio Hitler estaba furioso por cómo lo trataron. Estaba decidido a que su último año en Steyr fuera un fracaso: decidió que ya se había hartado de la escuela y estaba convencido de que ya no servía para sus propósitos. Los conocimientos que le faltaran los obtendría aprendiendo por su cuenta. Hacía tiempo que el arte ocupaba un lugar en su vida; sus apasionamiento juvenil le hacía convencerse de que estaba destinado a ser artista.” (Tempus)


“Aunque anteriormente había continuado en la escuela siguiendo las órdenes de su padre, entonces era el amor que sentía por su madre lo que le hacía continuar estudiando. Estaba en Steyr contra su voluntad, y tras leer la Divina comedia de Dante denominó a la escuela ‘Lugar de los malditos’ (‘Ciudad de los condenados’ en traducción de 1955).


Adolf sobrevivió a una crisis aguda en aquellos meses de otoño de 1905, los peores en mi experiencia de nuestra amistad. Aquella crisis se manifestó externamente en forma de enfermedad grave. En Mi Lucha habla de una enfermedad respiratoria. Su hermana Paula la describió como una hemorragia; otros sostienen que tenía problemas de estómago. Yo iba casi a diario a visitar al enfermo en su casa de la Humboldstrasse, sobre todo porque tenía que mantenerle informado sobre Stefanie. Si no me falla la memoria fue una infección pulmonar, probablemente neumonía. Recuerdo que largo tiempo después solía toser mucho, y escupir pus del pecho, sobre todo cuando había humedad y niebla. 


Debido a aquella enfermedad, su madre lo eximió de la responsabilidad de asistir al colegio, y en ese sentido fue una enfermedad bastante oportuna. Resulta imposible afirmar si exageró los síntomas, si fueron en cierta medida psicosomáticos o si estaba predispuesto a sufrir la enfermedad. Cuando por fin se levantó de la cama hacía tiempo que se había pensado bien las cosas. Sus años escolares habían quedado atrás, y sin duda ni reparo alguno había puesto la mira en hacer carrera de artista. 


A continuación vinieron dos años sin ningún objetivo evidente. ‘En la vacuidad de la vida vacía’ (‘En la vaciedad de la existencia cómoda’ en la traducción de 1955), describe esta fase con cierto desasosiego en Mi Lucha. Es una buena descripción. Ya no iba a la escuela; no hacía nada para aprender un oficio; vivía con su madre y dejaba que lo mantuviera. Pero no estaba ocioso: aquel periodo de su vida se llenó de actividad incesante. Dibujaba, pintaba, escribía poemas, leía. No recuerdo una época en la que no tuviera nada que hacer o estuviera aburrido. Si resultaba que no le gustaba una representación a la que asistíamos se marchaba y se sumergía con gran fervor en una  u otra actividad. Hay que reconocer que costaba ver qué sistema seguía, ya que no había ningún objetivo o propósito claro evidente; se limitaba a acumular impresiones, experiencias y materiales a su alrededor. Nunca me explicó para qué hacía todo aquello. Se limitaba a buscar, por todas partes, constantemente. 



Recuerdo a Adolf siempre rodeado de pilas de libros, sobre todo los numerosos volúmenes de su obra favorita ‘Die Deuschen Heldensage’, ‘Las Sagas de los Héroes Alemanes’, de los que nunca podía prescindir. ¡Cuántas veces me pedía, en cuanto volvía a casa procedente de la ruidosa maquinaria de la tapicería, que estudiara uno u otro libro para poder comentarlo conmigo! De repente, todo de lo que había carecido en la escuela -diligencia, interés, disfrute del aprendizaje- apareció. Tal y como él mismo se jactaba, había vencido a la escuela con sus propias armas. 


En el juicio a Adolf Hitler por alta traición tras el fallido intento del ‘putsch’ de 1923, el profesor Huemer, director de su curso en la Linz Realschule durante tres años completos, fue llamado como testigo de buena conducta. Huemer declaró:


‘(Como escolar) Hitler tenía sin duda talento, aunque fuera desigual… Poseía muy poca autodisciplina, y como insistía en nadar contra corriente además de ser arbitrario, egotista e irascible, obviamente le costaba encajar en un entorno escolar. También era vago porque, si no, con su indudable capacidad habría alcanzado resultados mucho mejores.


No obstante, como nos enseña la experiencia, nuestros años escolares no nos proporcionan gran cosa de utilidad para la vida en sí, y mientras las nuevas promesas suelen desaparecer sin dejar rastro, las notas escolares tampoco tienen mucho valor hasta que uno cuenta con suficiente espacio. Me parece que mi antiguo alumno Hitler se ajusta a esta última categoría, y le deseo de corazón que se recupere pronto de la tensión y excitación de los sucesos recientes y aun así consiga que se cumplan los ideales que alberga en su interior, y que honrarían a cualquier alemán’. 


(Tempus)


La traducción del alemán de 1955 es algo diferente:


“Hitler era sin duda un muchacho capacitado, aun cuando de manera unilateral, pero tenía poco domino sobre sí mismo; por lo menos se le tenía por rebelde, voluntarioso, porfiado y colérico, y era evidente que se le hacía difícil adaptarse al reglamento de una escuela. No era tampoco aplicado; de lo contrario, dadas sus indiscutibles disposiciones, hubiera podido obtener resultados mucho mejores.


Sin embargo, como demuestra la experiencia, la escuela no significa mucho para la vida, y así como los alumnos modelo desaparecen muy a menudo sin dejar huellas de su paso, los últimos de la clase empiezan tan solo a desarrollarse cuando han conseguido para sí la necesaria libertad de movimientos. A este linaje me parece pertenecer mi antiguo alumno Hitler, al que deseo de todo corazón que no tarde en recobrarse de las odiseas y excitaciones de estos últimos tiempos y que pueda vivir todavía la realización de aquellos ideales que se albergan en su pecho y que a él, como a todo hombre alemán, no harían más que enaltecer su honor.” (Traducción de 1955)


Un poco más adelante, se observa otra traducción diferente de otro relato de un profesor, Gissinger:


“En Linz, Hitler no me produjo ni buena ni mala impresión. No era el líder de la clase. Era flaco e iba erguido; su rostro solía estar pálido y demacrado, y su aspecto era prácticamente tísico, con la mirada muy abierta, y ojos luminosos”. (Tempus)


“Hitler no se manifestó ante mí en Linz en un sentido favorable ni desfavorable. No era tampoco en modo alguno el cabecilla de la clase. Su figura era esbelta y erguida, su rostro casi siempre pálido y muy delgado, casi como el de un enfermo de los pulmones; su mirada extraordinariamente abierta, los ojos resplandecientes”. (Traducción de 1955)


“Leopold Pötsch es la única figura mencionada por el nombre en ‘Mi Lucha’ y Hitler le dedica dos páginas y media. 


En su visita de 1938 a Klagenfurt, Hitler volvió a encontrarse con Pötsch, que se había retirado a St. Andrä en Lavantthal, y pasó una hora a solas con él. No hubo testigos de la conversaión, pero cuando Hitler se marchó de la habitación, dijo a su escolta: ‘No tiene idea de lo que le debo a ese viejo’.


El hecho es que, no obstante, y yo soy testigo de ello, Adolf odiaba la escuela cuando la dejó. Aunque siempre procuré desviar la conversación sobre sus años escolares, de vez en cuando lanzaba un ataque violento. No hizo ningún intento de permanecer en contacto con ninguno de sus profesores, ni siquiera con el profesor Pötsch. ¡Al contrario! Los evitaba, e ignoraba cuando se encontraban cara a cara en la calle”. (Tempus)

2 comentarios:

  1. Yo creo que a Hitler no le gustaba el sistema educativo de tener que memorizar datos, memorizar formulas matematicas y memorizar textos para regurgitar esos datos en un examen y al año siguiente no acordarte de nada. El sistema educativo moderno te impide razonar y te impide ser creativo y yo tengo malos recuerdos de mi época escolar. Hitler era una persona muy creativa y el sistema educativo moderno no esta echo para este tipo de mentes. Ya durante el reich el ejercicio fisico y la selección de las mentes mas brillantes era la base de las juventudes Hitlerianas. La educacion del reich era muy parecida a la espartana. El libro de Rauschning no es una fuente fiable porque este hombre se convirtio enemigo de Hitler al ver que el Führer no era un derechista carca y rancio como el pero este pasaje si me parece muy interesante
    Hermann Rauschning, "Hitler me dijo":
    En mi gran labor educativa estoy empezando con los jóvenes. Nosotros, los mayores, estamos gastados. Sí, ya somos viejos. Estamos podridos hasta el tuétano. Ya no nos quedan instintos desenfrenados. Somos cobardes y sentimentales. Soportamos el peso de un pasado humillante, y tenemos en nuestra sangre el gris recuerdo de la servidumbre y del servilismo. ¡Pero mis magníficos jóvenes! ¿Los hay mejores en el mundo? ¡Mirad a esos muchachos y hombres jóvenes! ¡Qué material! Con ellos puedo hacer un nuevo mundo. Mis enseñanzas son duras. La debilidad tiene que ser
    extirpada de ellos. En mis ordensburgen crecerá una juventud ante la que el mundo temblará. Una juventud violentamente activa, dominante, intrépida, brutal —eso es lo que persigo. La juventud debe ser todas esas cosas.
    Debe ser indiferente al dolor. No debe haber en ella debilidad o ternura.
    Quiero ver una vez más en sus ojos el resplandor del orgullo y de la independencia de la bestia de presa. Fuertes y bellos deben ser mis jóvenes. Los tendré totalmente entrenados en todos los ejercicios físicos.
    Intento tener una juventud atlética —ésa es la cosa primera y principal. De este modo erradicaré los miles de años de domesticación humana.
    Entonces tendré ante mí el material natural puro y noble. Con él puedo crear el Nuevo Orden. No tendré ningún entrenamiento intelectual. El conocimiento es la ruina para mis jóvenes. Yo les haría aprender sólo lo que a ellos les interesase. Pero una cosa sí deberán aprender:
    ¡autodominio! Aprenderán a superar el miedo a la muerte, bajo las pruebas más severas. Esa es la fase intrépida y heroica de la juventud. De ella sale la fase del hombre libre, el hombre que es la sustancia y la esencia del mundo, el hombre creativo, el hombre-dios. En mis ordensburgen se hallará, como una estatua de culto, la figura del dios-hombre magnífico y predestinado; preparará a los hombres jóvenes para su venidero periodo de
    hombría madura.

    Un saludo tocayo!!

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    1. Efectivamente, Rauschning no es muy fiable. Fíjate, le dice a Hitler "ya estamos viejos", y se supone que se trataron en los años 20 y principios de los 30, cuando el Führer casi no había cumplido los 40. Todo lo de Rauschning es extraño.

      Lo que está claro es que a Hitler no le gustaba la educación tradicional. Siempre dijo que se hacía perder el tiempo a los alumnos y que no les servía de nada lo aprendido. Eso es una realidad casi incuestionable hoy en día. Y eso que hoy en día los alumnos han dejado de estudiar hasta historia.

      Es asombroso cómo Hitler, con la extraordinaria memoria que tenía, y un evidente talento para muchas cosas, no quiso nunca estudiar. Todo lo hizo por su cuenta. Tenía una capacidad portentosa para retener datos. Sus militares se quedaban asombrados cuando daba datos que ni ellos conocían.

      Con Hitler queda claro que no hace falta una titulación académica para llegar a la cúspide.

      Un ejemplo es nuestra obsesión por enseñar idiomas a nuestros hijos cuando casi no saben hablar el nuestro. Hitler podía leer en inglés y en francés, pero nunca los habló en público.

      En todo caso, yo creo que Hitler siempre se sintió frustrado por su carencia de estudios. Sabía más que la mayoría, sí, pero se sentía irritado cuando estaba en presencia de militares de carrera, o de médicos o arquitectos. Por eso era habitual que se sintiera más cómodo con su personal de servicio. Hubo excepciones, Speer, por ejemplo. Pero Hitler podía manejarlo bien.

      Saludos

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