Hacía falta un ensayo sobre el juicio del famoso putsch de Hitler de 1923. Hasta ahora las fuentes siempre han sido artículos de revistas y, básicamente, lo relatado en las diferentes biografías de Hitler y ensayos sobre el III Reich.
El ensayo comienza con un índice de personajes relacionados con el putsch que es de risa en sus descripciones. A Hitler lo describe como “fanático antisemita y demagogo”. Nada más. Curioso que arriba de Hitler aparezca Himmler y no se le describa de la misma manera.
King describe el Múnich de la época como distanciada de Berlín, más tolerante. Es curioso porque el sur de Alemania es más católico y el norte más protestante. La diferencia es interesante. Ludendorff cargará contra el catolicismo durante el juicio. King lo describe así:
“Todo un mundo de diferencias sociales y culturales separaban al sur católico, relativamente tolerante, tradicionalista y agrícola, del norte industrial, agresivo, altanero y protestante. En Múnich no había peor insulto que llamar a alguien “cerdo prusiano”.
Resulta interesante el esbozo biográfico que King hace del Dr. Max Ewin von Scheubner-Richter, que murió durante el putsch mientras desfilaba agarrado del brazo de Hitler. A Scheubner-Richter se debe, entre otras cosas, la denuncia y conocimiento del genocidio armenio. Su nombre aparece en Mi Lucha junto a la lista de caídos. King asegura que Scheubner-Richter fue uno de los muchos que animaron a Hitler a dar el putsch de la cervecería.
King asegura que Hitler llegó a Múnich en mayo de 1913 junto al joven Rudolf Häusler. El dato solo lo da Ian Kersaw y posteriormente Lothar Machtan en su desacreditado ensayo “El secreto de Hitler”.
“Lo acompañaba un tipo al que había conocido tres meses antes, durante su estancia en una pensión masculina vienesa: un dependiente en paro de veintiún años llamado Rudolf Häusler”.
En las referencias aparecidas al final del libro podemos comprobar que King se ha basado en las investigaciones que hizo el historiador Anton Joachimsthaler, quien identificó a Rudolf Häusler a través de un testigo llamado Karl Honisch, quien declaró haber visto a Hitler salir de Viena en compañía de una persona sin identificar. Lothar Machtan dedica mucho espacio en su ensayo a Rudolf Häuser.
Llama la atención el hecho de que el autor refleje con ahínco las tropelías de los Freikorps durante la insurrección de Múnich inmediata al fin de la Primera Guerra Mundial:
“… Este cuerpo de voluntarios semioficial, conocido como Freikorps, terminaría comportándose de una manera mucho más brutal que los propios revolucionarios, segando la vida, entre enemigos reales e imaginarios, de unos seiscientos “bolcheviques”. Aun así, a pesar de esa carnicería, los Freikorps fueron saludados como auténticos libertadores.”
De los crímenes cometidos por los revolucionarios bolcheviques no menciona nada en absoluto, por supuesto.
En muchas ocasiones el autor tiene la desfachatez de incluir en su ensayo rumores y leyendas. Es cierto que lo avisa, pero lo deja caer:
“Cuenta una leyenda que en una ocasión cogió en brazos a un miembro del partido y lo echó de la sede por atreverse simplemente a pedir que le enseñara los libros de cuentas de la organización”, dice en referencia a Max Amann.
David King recurre también a la descalificación para referirse a los nazis, lo que choca bastante en nuestra época, que tanto cuidado pone en no discriminar a nadie por cuestiones físicas. Así por ejemplo, se refiere a Julius Streicher como “hombre bajito, calvo y cuellicorto”. Por supuesto, Hitler no grita, “brama”.
El autor se conforma con explicaciones simples, por ejemplo cuando relata el apresamiento del Dr. Karl Luber porque “se había atrevido a decir que el Partido Nazi era una organización violenta y racista”. Con toda seguridad el apresamiento se debió a más causas, pero King piensa que el lector es tonto y se conforma con una simplicidad como esa.
Después del fracaso del golpe “a Hitler le quedaban muy pocas opciones. Estaba tan convencido de que el putsch triunfaría, que no se había molestado en trazar ni el más rudimentario plan de emergencia. Ahora que la marcha había fracasado de forma estrepitosa, tenía que improvisar una huida”. Después King nos ofrece las diatribas de un antinazi, Friedrich Wilhelm Heinz, que aseguró que Hitler había dejado a sus hombres “en la estacada”. Teniendo en cuenta que Hitler había quedado herido en un hombro y que apenas se tenía en pie, de lo que se trataba era de ponerlo a salvo. King asegura que poco después se empezó a difundir el “bulo” de que, para justificar “la cobardía de Hitler, el líder nazi había visto a un niño de unos diez años desangrándose en una esquina y se había acercado a él para ayudarlo. En versiones posteriores se llegó a afirmar incluso que se lo había tenido que llevar a hombros”, pero King no dice en qué versiones posteriores se afirmó eso.
John Toland en su biografía de Hitler relató así el acontecimiento:
“Hitler se puso de pie trabajosamente, sujetándose el brazo dislocado. Intensamente dolorido, se alejó despacio del campo de batalla, con el rostro pálido y el pelo caído sobre la frente. Lo acompañaba el doctor Walter Schultze, un joven de elevada estatura, jefe del servicio médico de las SA de Múnich. En el bordillo toparon con un chico que sangraba profusamente. Hitler quiso llevárselo de allí en brazos, pero Schultze llamó al primo de su esposa (un estudiante de botánica de apellido Schuster) para que se ocupara del niño.”
David King da rienda suelta a su imaginación cuando afirma que Hitler había firmado un convenio con una agrupación húngara de extrema derecha y que tenía proyectado enviar a Alemania “parte de la producción agrícola que generaban sus abundantes tierras de cultivo. Hitler podría esgrimir ese suministro de alimentos para ganarse el favor de las masas: un claro anticipo de los populares programas para la creación de empleo que se pusieron en marcha en los años treinta gracias al aumento de la producción militar”. Por supuesto, no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero a King le viene bien explicarlo así. Y aquí King expresa de nuevo la manida falsedad de que Hitler creó empleo en los años treinta gracias a la industria armamentística. Es sabido que la industria de armamento también se incrementó en Francia y no logró detener el paro en absoluto. Las explicaciones simples a algo tan complejo como la economía siempre son preferibles, por supuesto.
Algo que sorprende en la actualidad es que se sigan escribiendo acerca de Hitler los mismos rumores y mentiras de siempre. Muchos rumores parten incluso de cuando Hitler vivía. Uno de los más conocidos es el de la supuesta criptorquidia de Hitler que David King trae de nuevo a colación. Y lo presenta como si fuera un descubrimiento suyo cuando la realidad es que siempre ha sido un rumor. Para apoyar su “descubrimiento” se apoya en las declaraciones que el ruso Lev Bezymenski en 1968. Dice King:
“En su exploración, el médico descubrió algo más: Hitler padecía también criptorquidia, una patología provocada por un problema en el descenso de los testículos a la bolsa escorial. El primero en presentar este hallazgo ante la comunidad científica fue el escritor ruso Lev Bezymenski. Lo hizo en 1968, basándose supuestamente en la autopsia que las autoridades soviéticas realizaron al líder nazi en mayo de 1945. Muchos estudiosos del bloque occidental lo interpretaron como un intento malintencionado para presentar la imagen de un Hitler castrado. Sin embargo, al médico de Landsberg no podían atribuírsele motivaciones ideológicas -de hecho, simpatizaba con la causa nazi-, de ahí que el reciente descubrimiento de este informe haya permitido demostrar que la información aportada por los rusos era fidedigna.”
En las notas y fuentes que usa King vemos que se basa en fuentes ciertamente anticuadas, por no decir fantasiosas, como la mencionada de Lothar Machtan. Pero la palma se la lleva Walter C. Langer, al que King destaca. Langer, que fue psicoanalista, escribió un libro llamado “La mente de Hitler”. Pero ese trabajo data de 1943 y fue encargado por la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), así podemos deducir que no tiene credibilidad. De hecho, el libro está plagado de las tonterías tópicas de la psicología de la época. Se mencionan mentiras típicas y sin rigor alguno como el masoquismo, homosexualidad, perversiones y femineidad de Hitler. El libro no es serio en absoluto. Pertenece más bien al género de ciencia ficción. Por cierto el libro se vende bien caro en Internet, algo incomprensible.
Los editores de “El Informe Hitler”, Henrik Eberle y Matthias Uhl dijeron al respecto de Lev Bezymenski:
“Lev Besymenski, el principal promotor de las versiones del envenenamiento y del tiro de gracia publicó en 1968 y 1982 unos libros de gran éxito dedicados a la muerte de Hitler, pero en 1995 tuvo que pedir excusas por haber difundido ‘mentiras deliberadas’. Aunque el historiador ruso pretendía hacer un ‘acto de contrición’, también repartía responsabilidades: en la Unión Soviética el acceso a los archivos estaba políticamente controlado y los agentes de la KGB le habrían dictado sus textos. En cualquier caso, los historiadores más competentes de Gran Bretaña, Estados Unidos y la República Federal de Alemania no habían concedido credibilidad a las tesis de Besymenski. También el Informe Hitler, redactado para Stalin, se basaba en las investigaciones del año 1946.”
Por último, y para terminar con el asunto de la “ciptorquidia”, King pretende acreditar su tesis asegurando que el Dr. Josef Brinsteiner, el médico de la prisión de Landsberg que le hizo a Hitler un diagnóstico, era simpatizante de la causa nazi y, por tanto su declaración debe tomarse en serio (“al medico no podían atribuírsele motivaciones ideológicas”). Es bien conocida la aversión que tenía Hitler a mostrarse desnudo. Habida cuenta de las comodidades y prebendas que Hitler tenía en la cárcel, es de suponer que a Hitler no le hubiera resultado difícil negarse a desnudarse, y más si quien se lo pidió era un simpatizante nazi.
Ya inmersos en el juicio, King hace mención de la declaración de Hitler, que aseguró al tribunal que llegó a Munich en 1912. En Mi Lucha también aseguró haber llegado en esa fecha, aunque ha quedado demostrado que llegó en 1913. Sobre la participación de Hitler en la Gran Guerra, King se abona a la versión de que el futuro Führer se mantuvo durante toda la guerra en un puesto relativamente seguro:
“La impresión que se llevó la sala fue que Hitler había estado toda la guerra en las trincheras. No se mencionó ni una sola vez que desde noviembre de 1914 trabajó sobre todo como mensajero del 16º Regimiento de Infantería. Dicha tarea no lo libró de atravesar en alguna ocasión la línea de fuego, pero pasó la mayor parte de la guerra en la retaguardia, llevando mensajes desde el cuartel general del Estado Mayor hasta el puesto de mando del batallón. A diferencia de los compañeros que sí se encontraban en las trincheras, Hitler dispuso casi siempre de mantas de lana secas y pocas veces tuvo que ir con los pies y el uniforme majados. Su comida era aceptable, y la bebida, más abundante, por mucho que él prefiriese tomar té endulzado con algún sustituto de la miel. A la cartera de la piel en la que guardaba los mensajes nunca le salió moho. Los piojos, los ratones y las ratas no formaban parte de su experiencia cotidiana, ni desde luego tampoco las quemaduras por congelación, el tifus o las constantes amenazas de bombardeos enemigos. Los ‘cerdos del frente’ más veteranos solían usar la expresión ‘gorrino de retaguardia’ para referirse a los hombres que, como Hitler, gozaban de mayores privilegios.”
King nos quiere hacer creer que Hitler se pasó la Gran Guerra de manera confortable pero lo cierto es que el puesto de correo o mensajero era uno de los puestos más peligrosos. El mismo Kershaw desmintió el rumor:
“…. las tentativas que hicieron sus enemigos políticos a principios de los años treinta de minimizar el peligro que corrían los correos y menospreciar el historial de guerra de Hitler, acusándolo de escaquearse y de cobardía, no venían al caso…. Aun así, los peligros a que se enfrentaban los correos durante las batallas, cuando llevaban mensajes al frente atravesando la linea de fuego, eran muy reales. El número de bajas entre ellos era relativamente alto. Siempre que era posible se enviaba a dos correos con cada mensaje para asegurarse de que llegara a su destino aunque muriera uno de ellos. De los ocho correos asignados al estado mayor del regimiento, tres murieron y otro resultó herido durante un enfrentamiento con soldados franceses el 15 de noviembre. El propio Hitler tuvo la suerte de su lado, y no sería la única vez en su vida, cuando dos días más tarde explotó un obús francés en el puesto de mando avanzado del regimiento pocos minutos después de que él hubiera salido, matando o hiriendo a casi todo el personal que se encontraba allí… Todos los indicios apuntan a que Hitler fue un soldado entregado, no solamente concienzudo y obediente, y no carecía de valor físico. Sus superiores lo tenían en gran estima y sus camaradas más cercanos, sobre todo el grupo de correos, lo respetaban y, al parecer hasta lo apreciaban.”
Joachim Fest:
“Su valor y su sangre fría, con los que se movía bajo el fuego más intenso, le habían proporcionado entre sus camaradas una especia de aureola. Solían decir: ‘Si Hitler está con nosotros, nada sucederá.”
No hace falta insistir en el asunto. Está bien documentada la valentía de Hitler en el frente. Sus condecoraciones y sus heridas le avalan, por mucho que sus detractores hayan querido difamarle, como King. Por otra parte, King se contradice cuando afirma que Hitler decía la verdad cuando afirmó que “Durante la guerra, primero sufrí un impacto de metralla en el muslo izquierdo y después fui envenenado con gas”. Las contradicciones de siempre.
Pasamos a otro “descubrimiento” estrella del ensayo de David King, esto es, que Hitler colaboró después de la Gran Guerra con el régimen revolucionario de extrema izquierda de Múnich:
“Al contrario de lo que él mismo afirmaría después, Hitler no había regresado a Alemania con su batallón en marzo de 1919. Lo hizo en enero o, como muy tarde, a mediados de febrero de ese mismo año. Esas cuatro o seis semanas de diferencia coincidían con el periodo en el que Múnich había vivido bajo un régimen revolucionario de extrema izquierda, y, como demostró el historiador alemán Anton Joachimsthaler, Hitler había colaborado con él. El líder nazi había desempeñado el cargo de vertrauensmann, o “delegado”, del Batallón de Desmovilización del 2º Regimiento de Infantería del Consejo Revolucionario que se había hecho con el poder durante las semanas de caos que siguieron a la derrota de Alemania en la guerra. Su tarea consistía en difundir materiales “educativos” o propagandísticos para conseguir la adhesión de los soldados al régimen de izquierdas. Hitler fue el candidato más votado en las elecciones que se celebraron esa misma primavera y se convirtió en subdelegado del batallón ante el régimen revolucionario de soldados y trabajadores, también conocido como República Roja, de Múnich… Cuando se vio obligado a afrontar esta cuestión en el estrado, decidió manipular la cronología para que no se descubriese la verdad sobre su pasado.”
Las obras de Joachimsthaler no han sido traducidas al español, así que hay que comprobar las diferentes biografías disponibles. Fest se refiere a ese periodo:
“… Cuando a finales de noviembre, completamente restablecido, fue dado de alta en el hospital de Pasewalk, se dirigió a Munich, presentándose en el batallón de reserva de su regimiento. Pero aun cuando la ciudad, que durante los acontecimientos de noviembre había desempeñado un papel importante y había dado la señal para el derrumbamiento de las casas regentes alemanas, vibraba de excitación política, él permaneció indiferente y no se vio arrastrado, en contradicción con su propósito de dedicarse a la política. Con bastante parquedad de palabras indicó que ‘el reinado de los rojos’ le repugnaba, pero ello no demuestra que sintiera la menor inquietud política. De acuerdo con sus propias manifestaciones, esta actitud no cambió durante todo el periodo republicano…. Como no sabía a dónde dirigirse, se alojó de nuevo en el cuartel, en Oberwiesenfeld. Cabe suponer que no le resultó fácil tomar tal decisión, por cuanto le obligaba a supeditarse al Ejército rojo dominante y a colocarse el rojo brazal. Sin embargo, no le quedó otra alternativa que adaptarse a la situación revolucionaria imperante, a pesar de haberse podido acoger a uno de los Freikorps o a una de las unidades que no pertenecían ala ‘zona roja de poder’. Difícilmente podrá encontrarse otro episodio que subraye con tanta claridad cuán mínima era por aquel entonces su conciencia política y cuán débil su sensibilidad, la cual, posteriormente, vibraba de excitación y rabia con sólo oír la palabra ‘bolchevismo’. En contradicción con todas las idealizaciones tardías, en esta fase su indolencia política superaba su disgusto por ser un soldado al servicio de la revolución mundial.”
John Toland:
“El final llegó bruscamente el 13 de abril, domingo de Ramos, cuando el anterior ministro presidente, el maestro de escuela socialista Hoffmann, intentó tomar Múnich por la fuerza. Su Putsch no tenía posibilidades de triunfar, pese a los esfuerzos de soldados como Adolf Hitler. Éste, de entrada, evitó que sus compañeros de cuartel del Segundo Regimiento de Infantería se pasarán al bando de los comunistas, encaramándose a una silla y gritando: ‘¡Aquellos que dicen que debemos permanecer neutrales tienen razón! ¡Después de todo, no somos Guardias Revolucionarios para proteger a una pandilla de judíos holgazanes!’ Aunque Hitler y otros mantuvieron la neutralidad de la guarnición de Múnich, al anochecer el Putsch de Hoffmann fue aplastado, y esta vez tomaron las riendas del gobierno comunistas profesionales…”
Más adelante dice Toland:
“La verdad es que Hitler se encontraba en un estado de nerviosismo y agitación debidos a la epidemia revolucionaria. Nunca se había sentido tan preocupado por el estado de su país de adopción.”
Kershaw sí lo sitúa colaborando, pero es más suave que King:
“Como ya hemos dicho, según Hitler su primera actividad política fue su participación en la comisión investigadora que se formó tras la desaparición de la Räterepublik. Testimonios que han salido a la luz recientemente sobre la actuación de Hitler durante el periodo revolucionario contradicen esa información. Ayudan también a entender por qué Hitler se mostró tan reticente sobre su conducta durante los meses en que gobernaron Múnich los “criminales de noviembre”, como se les llamaría insistentemente más tarde. Una orden rutinaria del batallón de desmovilización del 3 de abril de 1919 mencionaba a Hitler por el nombre como el representante de su compañía. Lo que parece más probable es, en realidad, que hubiese ostentado ese cargo desde el 15 de febrero. Los deberes de los representantes incluían la cooperación con el departamento de propaganda del gobierno socialista con objeto de transmitir a la tropa material “educativo”. Así pues, Hitler desempeñó por primera vez tareas políticas al servicio del régimen revolucionario controlado por el SPD y el USPD. No tiene nada de extraño que no quisiese hablar mucho más tarde de sus actividades en ese periodo.”
Más adelante Kershaw está completamente convencido de que Hitler participó:
“… En esas elecciones, que se celebraron al día siguiente, Hitler fue elegido segundo representante del batallón”. Así pues, no sólo no hizo nada por ayudar a acabar con la “república roja” de Munich, sino que fue elegido como uno de los representantes de su batallón y ocupó ese cargo durante todo el periodo en que la “república roja” se mantuvo en pie… Pero no está claro del todo cómo se puede interpretar este hecho. Dado que la guarnición de Munich había respaldado firmemente la revolución desde noviembre, y que en abril apoyó de nuevo el movimiento radical en favor de la Räterepublik, es lógico pensar que Hitler, si fue elegido como representante de los soldados, tuvo que respaldar durante esos meses las ideas de los gobernantes socialistas a los que más tarde atacó con todas sus fuerzas considerándolos “criminales”.
Robert Payne también menciona el asunto aunque tiene dudas:
“Al parecer, Hitler era uno más de los anónimos soldados del cuartel, que no tomaron parte alguna en la revolución y se limitaron a esperar el desarrollo de los acontecimientos.”
Probablemente el origen de la leyenda fue Konrad Heiden, uno de los primeros biógrafos de Hitler. En “La vida de un dictador”, de los años treinta, ya escribió:
“¿Es fiscal en los tribunales militares? No. Es agente del Nachrichtendienst (servicio secreto), expresión eufemismo pata toda clase de espionaje. En aquel entonces se trataba, ante todo, de informaciones políticas, por lo cual se entendía la delación de partidarios del que fue gobierno de los Consejos, quienes habían de ser fusilados. En ello consistía la actividad de Hitler. Ahora sabemos lo que fue durante el gobierno de los Consejos de Munich: agente provocador y verdugo de sus camaradas.”
¿Colaboró Hitler con la revuelta revolucionaria de Munich? Al final la cuestión queda en interrogante:
“Créanme, ¡me habrían recibido con los brazos abiertos hasta en el otro bando!”, afirmó Hitler en el juicio. “¿Era este comentario, al que tan poca importancia se ha dado, una extraña alusión a su implicación en el régimen socialista de principios de 1919?”, se pregunta King. Es decir, el asunto no pasa de ser una hipótesis.
Otro asunto a destacar de la obra de King es el ataque que Ludendorff hizo durante el juicio contra los “católicos, los marxistas y los judíos”, principales amenazas según Ludendorff. Existe mucha literatura sobre el nacionalsocialismo, Hitler y la religión. Hay una clara división entre quienes defienden a un Hitler respetuoso con la religión y quienes ven el nacionalsocialismo como un partido claramente materialista y enemigo del catolicismo. Durante el juicio del Putsch, un Hitler molesto con las declaraciones de Ludendorff afirmó bien alto que “él también era católico”. Es decir, Hitler no negaba en absoluto su catolicismo.
En general el ensayo resulta interesante porque se hace una cronología completa de los acontecimientos. El problema viene, como siempre, cuando el autor lanza preguntas que él mismo debería responder:
“¿Por qué se le había impuesto a Hitler una pena tan leve? ¿Qué peso habían tenido las simpatías que sentía Neithardt por los acusados? ¿Se le había ofrecido a Hitler algún trato a cambio de que no revelase en público la verdadera dimensión de las maquinaciones urdidas por las autoridades bávaras contra la República de Weimar y el Tratado de Versalles? No es una idea en absoluto descabellada…”
Uno no se compra un ensayo para que su autor se haga preguntas sino para que las resuelva y si no sabe, que no las formule.
El libro abusa en exceso de la hemeroteca de la época. No me parece mal. En ocasiones se descubren aspectos interesantes, aunque aquí estamos en lo de siempre. No es lo mismo tirar de una hemeroteca afín que de otra enemiga. A quien más recurre David King es al The New York Times, con su corresponsal Thomas R. Ybarra.
Cuando Hitler fue encarcelado consiguió el apoyo de muchos sectores. Sorprende comprobar que incluso premios Nobel, como Philipp Lenard o Johannes Stark. Los dos premios Nobel declararon su intención de seguir al nuevo “caudillo del pueblo” alemán.
Resultan interesantes las descripciones del día a día de las vivencias en la cárcel, como la existencia de un periódico clandestino que los presos lograban editar.
Para que nos hagamos una idea de la popularidad de Hitler por aquella época, una editorial solicitó información a las autoridades de Landsberg sobre Hitler, ya que lo querían incluir en su prestigiosa editorial en el volumen de la letra H.
Otra cuestión interesante son las visitas que recibía Hitler. Había “profesores, médicos, zoólogos, ingenieros, arquitectos, escritores, periodistas y maestros, así como banqueros, bibliotecarios y estudiantes, además de personal del ejército y oficiales de la policía estatal. En sus dos primeros meses de confinamiento, Hitler recibió también a un organista, a un fabricante de ropa y a varios mecánicos y cerrajeros. No faltaron tampoco comerciantes de todo tipo de artículos, desde productos para el cabello hasta menaje para el hogar, máquinas de escribir o lápidas.”
También se enumeran las visitas de muchas mujeres que le visitaron, como Mathilde, la viuda de Scheubner-Richter; la amante y futura esposa de Ludendorff, Mathilde von Kemnitz; Elisabeth, la mujer de Lorenz Roder; Therese, la mujer de Hermann Esser, y Carin, la mujer de Hermann Göring. También le visitó Geli, su sobrina. Según el director de Landsberg Geli besó a su tío en la boca. Me extraña mucho que Hitler besara a sus sobrina en la boca delante de nadie, a no ser que ese tipo de beso sea un gesto cariñoso en Alemania, cosa que desconozco.
En definitiva, el libro de King resulta interesante por hacer un prolegómeno del Putsch, del juicio y del día a día de la vida carcelaria de Hitler. Hay que leerlo con cautela, se dan datos falsos, muchos interrogantes que el autor no resuelve (como es habitual en Hitler) y demasiada fantasía. Podríamos resumir el ensayo con el último párrafo de King:
“La vida del líder nazi -desde sus inicios como aspirante a artista hasta su transformación en genocida de masas- está plagada de conjeturas. Su juicio por traición es sólo una de ellas. Adolf Hitler podría haber sido borrado del mapa y condenado al olvido en aquel juzgado de Múnich. En cambio, esa inquietante perversión de la justicia allanó el camino para el surgimiento del Tercer Reich y permitió que Hitler sometiera a la humanidad a un sufrimiento inimaginable.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario